Recordatorio: Indulgencia Plenaria (de la Porciúncula) el 2 de Agosto

30.07.2013 14:21

 

  LA GRAN INDULGENCIA DE LA PORCIÚNCULA

 
He aquí su historia en compendio. Una de las cosas que más afligían al Padre San francisco de Asis durante su vida en este mundo, la constituían las ofensas que se hacían a Dios con tantos pecados y la perdición eterna de tantas almas que los cometían. Una noche de 1216, en que más abundaba en estos sentimientos (por lo cual se encontraba angustiadísimo), se le apareció un Ángel de parte de Dios, dándole orden para que fuese a la pequeña iglesia (porziuncola chiesa) que él había reparado en honra de la Reina de los Ángeles. Al llegar allí, entre vivísimos resplandores de gloria y majestad y multitud de ángeles y serafines que llenaban el templo, vio a Jesucristo, vivo y gloriosísimo, y a su divina Madre la dulcísima Virgen María. Extático y fuera de sí San Francisco cayó en tierra y, así postrado, oyó la voz de Jesús que le decía: “Pues tantas son tus lágrimas y afanes por la salvación de las almas, pídeme, Francisco, lo que quieras”. Replicó Francisco: “¡Señor y dios Altísimo!, yo, miserable pecador, os suplico, por intercesión de vuestra Santísima Madre, que concedáis la gracia de que todos los que vengan confesados a esta iglesia alcancen perdón e indulgencia de todos sus pecados y queden en vuestra presencia lo mismo que quedaron después de recibir el santo bautismo”. Respondió la voz divina: “Mucho pides, Francisco, pero por ruegos de mi Madre, a quien has puesto por intercesora, te concedo esa gracia. Acude a mi Vicario en la tierra para que te la confirme”.

San Francisco de Asis se presentó al Papa, que lo era entonces Honorio III, y, con sencillez y humildad, le dijo: “Santísimo Padre, vengo a solicitar una indulgencia plenísima para todos los pecadores que, habiéndose confesado, vengan a visitar la iglesia que yo he reparado”. Díjole el Papa: “No es costumbre conceder una indulgencia tan grande a tan poca cosa; pero, dime –añadió–, ¿cuántos años quieres que dure esta gracia?”. Replicó San Francisco: “Padre Santo, yo no pido años sino almas, y no soy yo, sino mi Señor Jesucristo quien lo quiere”. Al oír esto el Papa Honorio se sintió interiormente movido por Dios y dijo por tres veces: “Me place, me place, me place conceder esta gracia”.

Faltaba determinar el día en que se había de ganar este jubileo tan extraordinario, y vencer las dificultades que ponían los cardenales diciendo que esta indulgencia y jubileo, sin ninguna carga de ayunos, limosnas ni otras obras determinadas, menoscabaría los de Roma, Jerusalén, Santiago y otros que suele conceder la Iglesia.

San Francisco continuaba rogando a Dios y haciendo penitencia; hasta llegó a arrojarse desnudo, en el rigor del invierno, en un espinoso zarzal, ensangrentándose todo su cuerpo. Al instante el zarzal se vistió de verdor y brotó frescas y fragantes rosas, unas blancas y otras encarnadas. Además, una luz inefable sobre la engalanada zarza y multitud de ángeles convidaban a San Francisco con melodiosos cánticos para que fuese otra vez a la iglesia de la Porciúncula. San francisco de Asis cogió del florido zarzal doce rosas blancas y doce encarnadas, todas muy hermosas, pasó con ellas la senda deslumbradora del monte, que todo parecía arder sin consumirse, entró en la iglesia y, delante de Jesucristo y de la divina Madre, que le aguardaban como la vez primera, cayó de rodillas y fijó su pensamiento en la indulgencia, oyendo estas palabras: “Por los ruegos de mi Madre te concedí, Francisco, la gran Indulgencia, y para ganarla, sea el día en que mi apóstol Pedro, encarcelado por Herodes, se libró milagrosamente de las cadenas. Llévale a mi Vicario esas rosas que has tomado de la zarza, en testimonio de lo que has visto y oído. Yo moveré su corazón y cumpliré tu deseo”.

San Francisco de Asis fue a Roma, llevando las rosas consigo y acompañado de cuatro compañeros que habían sido testigos de la visión, y obtuvo la confirmación de la indulgencia para el 1º de agosto, desde las vísperas de ese día hasta la puesta del sol del siguiente 2 de agosto, según el mismo Jesucristo nuestro Señor se lo había concedido.

Muchos milagros se obraron después, a favor de la autenticidad de esta Indulgencia, entre otros el haber manifestado el Señor cuán hermosas salían de los templos franciscanos las almas que habían entrado manchadas, y cuántas salían muy gloriosas del Purgatorio por las visitas que por ellas se hacían.

No es de extrañar, pues, que en dicho día se observe un movimiento de piedad y fervor en el cristianismo, que sólo con el de Cuaresma, en tiempo de Semana Santa, se puede comprara, pues no sólo los simples fieles, sino que también los religiosos, los sacerdotes, los obispos, los arzobispos, los cardenales y hasta los mismos Soberanos Pontífices, han acostumbrado ir a las iglesias franciscanas en este día, entrar y salir de ellas, y ganar así tantas veces el jubileo como visitas se practican*.

* De acuerdo con las nuevas normas de las Indulgencias de Pablo VI, desaparecidas las concesiones toties quoties, la indulgencia plenaria se gana una tantum cada día (21. § 1 ).


Condiciones para ganar la Indulgencia:

1.- Hacer una buena y dolorosa confesión, a no ser que la persona que quiera ganarla se confiese cada ocho o quince días, pero todos deben estar arrepentidos, en el acto de ganar la indulgencia, de todos sus pecados, hasta de los veniales. Puede hacerse ocho días antes o dentro de los siete días siguientes.

2.- Es indispensable comulgar el día 1º de agosto o el día 2 de agosto o dentro de los siete días siguientes. Tanto la confesión como la comunión pueden hacerse en cualquier iglesia.

3.- Visitar en el dicho día entre el mediodía del 1º de agosto y el crepúsculo del 2 de agosto una iglesia franciscana con intención de ganar la indulgencia, rogando a este fin por las intenciones del Romano Pontífice (se recomienda la estación del Santísimo, a saber: La Oración del CREDO, 1 Pater, Ave y Gloriapatris). Es muy recomendable hacer una piadosa meditación.


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Para beneficio de todos, ponemos aquí la siguiente oración para ganar la Indulgencia de la Porciúncula


¡Dios y Señor mío!, yo creo que estáis realmente presente en este santo templo; os adoro con toda la sumisión de mi alma; me arrepiento, Señor, de todos mis pecados y propongo la enmienda; os suplico, Dios mío, me concedáis la gracia de ganar la santa indulgencia que Vos mismo concedisteis a vuestro siervo el humilde San Francisco, y que aplico por mí mismo o por… (aquí se dice el nombre del alma de algún difunto por la que se quiere lucrar). A este fin os ruego, por las intenciones del Romano Pontífice, por la exaltación de la Santa Iglesia, por la paz de los gobiernos cristianos y por la conversión de todos los pobres y desgraciados pecadores.

Y Vos, oh Reina de los Ángeles, interceded por mí, supliendo, con vuestra poderosa mediación, mis defectos en esta plegaria. Amantísimo protector de todas las almas, benditísimo San José, amparadme con vuestra protección. Ángel de mi guarda, acompañadme en este santo ejercicio. Seráfico y glorioso Padre San Francisco y todos los Ángeles y Bienaventurados, interceded por mí. Amén.


Nota.-
Si el alma del difunto por la que se ha ofrecido la indulgencia ya gozara de la gloria, aunque no lo podemos saber por eso se recomienda formar la intención de que valga para el alma que queremos e inmediatamente y condicionalmente para el alma que más lo necesite o que sea más del agrado de la Reina de los Ángeles.

 

 

 

S. S. Benedicto XVI
Ángelus del domingo 2 de agosto de 2009

EL «PERDÓN DE ASÍS»


Queridos hermanos y hermanas, el Año sacerdotal que estamos celebrando constituye una magnífica ocasión para profundizar en el valor de la misión de los presbíteros en la Iglesia y en el mundo. Al respecto nos llegan útiles motivos de reflexión de la memoria de los santos que la Iglesia nos propone diariamente. (...)

Hoy contemplamos en san Francisco de Asís el ardiente amor por la salvación de las almas, que todo sacerdote debe alimentar constantemente: en efecto, hoy se celebra el llamado "Perdón de Asís", que obtuvo del Papa Honorio III en el año 1216, después de haber tenido una visión mientras se hallaba en oración en la pequeña iglesia de la Porciúncula. Apareciéndosele Jesús en su gloria, con la Virgen María a su derecha y muchos ángeles a su alrededor, le dijo que expresara un deseo, y Francisco imploró un "perdón amplio y generoso" para todos aquellos que, "arrepentidos y confesados", visitaran aquella iglesia. Recibida la aprobación pontificia, el santo no esperó ningún documento escrito, sino que corrió a Asís y, al llegar a la Porciúncula, anunció la gran noticia: "Hermanos míos, ¡quiero enviaros a todos al paraíso!". A partir de entonces, desde el mediodía del 1 de agosto hasta la medianoche del 2, se puede lucrar, con las condiciones habituales, la indulgencia plenaria también por los difuntos, visitando una iglesia parroquial o franciscana.